George Sprott (1894-1975) es un libro difícil de encasillar como cómic o novela grafica. Originalmente fue un serial que apareció en The New York Times Magazine, pero su autor (el talentoso Seth) luego le dio unidad al editarlo como libro. Un libro brillante que (adelanto) tendrá un lugar en el podio de mi balance 2010.
A la manera de “El Ciudadano” de Orson Wells, vamos tras la pista de un hombre llamado George Sprott, conductor de un programa de la TV canadiense llamado “Hitos Boreales”.
Su biografía se va armando a través de escenas de su vida, y su propio testimonio y el de gente conocida, familiares y admiradores, además del relato de un narrador omnisciente/personaje invisible (Seth) que todo el tiempo nos pide disculpas por su torpeza, sus olvidos, su desorden…en definitiva: Su imposibilidad de dar cuenta de una vida en todas sus dimensiones.
El relato se va estructurando así con partes de la infancia y la juventud de George, sus aventuras en el ártico, los años posteriores en los que fue celebridad de la naciente televisión local canadiense, la decadencia y vejez. Finalmente, asistimos a sus últimas horas de vida.
Para contar todo esto Seth utiliza diversos recursos estilistas, colores, distribución de viñetas en diferentes formas y separa con fotos de maquetas de los edificios más significativos de la vida del personaje: la radio, la estación de TV, el teatro donde daba conferencias…Así, como un documental/cómic/novela/poesía se va “armando” el mundo de Sprott.
George fue, supuestamente, un aventurero en su juventud, e hizo varios viajes al Ártico. Después, toda su vida giró en torno a contar cosas de esos viajes en su programa de TV y las conferencias que daba en un teatro. Tuvo sus años de gloria, pero el mundo moderno lo fue dejando atrás, hasta caer en la soledad y en el olvido (igual que esos edificios en los que transcurrió su vida).
George Sprott es una excusa para reflexionar sobre la vida, el inevitable paso del tiempo (“un día tienes 30 años y al siguiente ves a un hombre viejo en el espejo”), y el olvido inevitable que sigue a todo (“Al final, lo único que queda de ti son tus cosas”).
De cada una de páginas nos queda una reflexión, la media sonrisa que una verdad revelada precipita, una sensación de nostalgia por una época en que todo era más simple (no porque el mundo haya cambiado tanto, sino porque nosotros hemos perdido la inocencia).
George Sprott (1894-1975) es una experiencia inigualable, profunda y estéticamente impecable: como una aurora boreal.
Si pueden, hagan un lugar en sus bibliotecas para este gordo vago pero simpático, que siempre se despedía de sus oyentes con estas palabras (con las que los saludo yo ahora): “Nos vemos la semana que viene. Hasta entonces, queridos espectadores, les deseo buena salud y alegría y que el sol nunca derrita su iglú”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario