En el Mes del cine, y siguiendo con la tradición iniciada con "Librerías de mi vida", quiero recordar mis cines favoritos.
No puedo empezar por otros que los de mi ciudad natal, Viedma. En Viedma cuando yo era chica había dos cines, el San Martín y el Gama. De esos dos cines sólo uno (el Gama) de ellos reabrió sus puertas hace unos años. Valientemente: contra los videoclubes, la piratería y la profusión de canales de TV, el HD el Blue Ray y todo eso que compite con la vieja y querida pantalla grande.
El cine San Martín corrió el destino de centenares de cines en el país: es una iglesia evangélica. Pero no paso por su vereda sin recordar que allí lloré a mares con "Un largo camino a casa" (¿se acuerdan? la de los hermanitos separados), y que "los grandes" me llevaron a ver "Africa Mía" y "Pasaje a la India" porque las consideraban educativas y seguramente para que viera "los paisajes". No entendí ni pío de ninguna de las dos, pero nunca olvidaré que en el intervalo de "Pasaje a la India" mi papá me compró ¡un bombón helado!.. en esas épocas de escasez general era todo un lujo.
También al San Martín me llevaron a ver mi primer Woody Allen: "La Rosa Púrpura del Cairo". Me acuerdo que me impactó la imagen final de una Mia Farrow encantada por la pantalla, mirando embelesada esas imágenes que la hacían olvidar el dolor, la tristeza, todo... Quizás vi mi futuro de cinéfila en esa imagen, que todavía vive en mí.
Al cine Gama, en cambio, ya no iba con "los grandes" sino que me trae el recuerdo de mi pubertad. En la década de los ochenta -y siempre acompañada de mi mejor amiga Silvina- empecé a soñar con príncipes azules con las películas de John Hughes (un grande): "La Chica de Rosa" (Pretty in Pink), "Se busca Novio" (Sixteen Candles) "El club de los cinco" (The Breakfast Club), todas con la ídola de la época Molly Ringwald, o "Alguien Maravilloso" "Vacaciones" y ese clásico incomparable y genial que fue "Experto en Diversión" con el entrañable Ferris Bueller haciendo de las suyas y cantando Los Beatles en el centro de Chicago....
Eran épocas de doble función, así que la tarde se repartía entre alguna "Locademia de Policía" y una de "Volver al Futuro", o alguna de las otras románticas como "Quiero decirte que te amo" "Admiradora Secreta". Finalmente llegó "Nacido para ganar" con el bellísimo y sexy Rob Lowe haciendo de jugador de hockey sobre hielo. Creo que cuando lo ví en esa pantalla mis hormonas se pusieron definitivamente en funcionamiento, terminó la pubertad y dio comienzo mi adolescencia. Ahí, en el mismísmo Cine Gama de Viedma. Un saludo para ese amigo que sigue estando hasta hoy.
Mas tarde llegaron las videocaseteras. No todos tenían una, así que nos reuníamos en la casa de algún privilegiado y casi siempre los varones alquilaban películas de terror y las chicas nos hacíamos las que teníamos un miedo tremendo. Todo era parte del show: la pizza compartida, los almohadones en el piso, la cara de Freddy Krueger y nuestra actuación.
Cuando me fui a Buenos Aires me convertí definitivamente en una amante de ir al cine. En esa época (año 1993) no había complejos multisalas, sino que íbamos a las salas de la calle Santa Fé, que daban las películas mas comerciales. Las salas de la calle corrientes (los famosos Lorca, Lorange, Lorraine y Losuar de las que habla ...) tenían carteleras de cine arte que recién con la madurez pude valorar.
¡Ah! ¡La cola del cine de los miercoles! ¡daba la vuelta a la manzana! Una hora para ingresar a la sala, y luego alguna comida chatarra en MacDonalds o Burger King. Bajo presupuesto y una buena noche aseguradas. En la década de los noventa mi gurú del cine era mi amiga María Laura, que leí reseñas y críticas y decidía tiránicamente qué se iba a ver. Ella elegía cine y horario y todos la seguíamos tipo rebaño sin tener idea de qué era los íbamos aver. Gracias a María Laura conocí el cine de Kusturica, Manouel de Oliveira, Lars Von Trier y muchos directores interesantes. Los amigos varones del grupo pataleaban, así que alguna que otra vez accedíamos a ver "Armagedon" o "Día de la independencia" para democratizar la cosa.
Después me fui a vivir sola y las horas las pasaba con mi videocasetera en el departamento diminuto de la calle Cabello. Ahi vi todas las películas que conseguí de Woody Allen, Kubrick, Almodovar y muchas mas. Aprovechaba hasta la última promoción del Blockbuster que estaba a una cuadra de casa, y también visitaba un pequeño videoclub con joyas del cine arte y de autor.
Pero toda esa formación quedó chica cuando volví al pueblo y conocí a Carlos. El era un cinéfilo que me superaba ampliamente en conocimiento y apreciación del cine. Lector de la revista El Amante desde los primeros números, me prestó películas de Eric Rohmer, director que yo desconocía y que me encantó. La excusa para vernos seguido fue organizar un cineclub para Viedma, pero finalmente hicimos algo más fácil: Nos casarmos y armamos una videoteca casera, que empezó con VHS, siguió con DVD y ahora ya son archivos que descansan en discos rígidos.
Con Carlos hemos conocido directores nuevos, revisitado películas ya vistas entrañables y descubierto clásicos imperdibles.
También hemos conocido cines en otros lugares del país. En Bariloche vimos "El Señor de los Anillos", en Mar del Plata conocimos casi todos los cines al asistir al Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y en el diminuto cine del Balneario La Paloma de Uruguay nos regodeamos con "King Kong" mientras caía la lluvia afuera. En Punta del Este nos saltamos un día de playa y lo convertimos en día de cine: vimos tres películas. Y allí experimentamos por primera vez el cine en 3D, alucinante.
El cine y su magia, su consuelo, su compañía, siempre estuvo cerca de mi vida.
Vendrán otros cines, descubriremos otros talentos, otras voces, nuevas historias. Queda mucho cine por vivir.