"Estaba sucediendo. En ese momento. Hacía mucho me lo habían advertido y sin embargo. Quedé paralizada, las manos empapadas empuñando el aire. La gente en la sala seguía conversando y riéndose a carcajadas, incluso susurrando exageraban mientras yo. Y alguien gritaba mas alto que los demás, bajen el volumen de la radio, no metan tanta bulla que a las doce en punto los vecinos llamarán a la policía. Me concentré en esa voz estruendosa que no parecía cansarse de insistir que incluso los sábados los vecinos se acostaban temprano. Esos gringos no eran gente trasnochadora como nosotros, en absoluto parrandera. Eran protestantes y protestarian si no los dejábamos conciliar el sueño."
"Y fue entonces que un fuego artificial atravesó mi cabeza. Pero no era fuego lo que veía sino sangre derramándose dentro de mi ojo. A sangre mas estremecedoramente bella que he visto nunca. La mas inaudita. La mas espantosa. Sangraba a borbotones pero solo yo podía advertirlo. Con absoluta claridad vi cómo la sangre espesaba, vi que la presión aumentaba, vi que me mareaba, vi que se me revolvía el estómago, que me venían arcadas y, sin embargo. No me incorporé ni me moví niun milímetro, ni siquiera intenté respirar mientras atendía al espectáculo. Porque eso era lo último que vería, esa noche, a través de ese ojo: una sangre intensamente negra."
"Ignacio, triné, Ignacio estoy sangrando, esta es la sangre y es tan oscura, tan condenadamente espesa. Pero no. No fue eso lo que dije sino, creo que volví a sangrar, por qué no nos vamos. Irnos, dijo él (dijiste tú, Ignacio, eso dijiste aunque ahora lo niegues, y luego te quedaste mudo). Y oí que me preguntaba si era mucha la sangre, suponiendo que tal vez había sido como tantas otras veces, apenas una partícula sanguinolenta que pronto se disolvería en mis humores. Ni tanto, no respondía yo, pero vámonos. Vámonos al tiro. Pero no. Esperemos hasta que la fiesta amaine, hasta que la conversación se muera sola. Que no la matáramos nosotros, como si no estuviera ya muerta. Nos iremos en un rato. Y qué es una hora mas o media hora menos cuando no hay nada por delante. Podía tomarme otro vino y anesteciarme, otro vino y emborracharme. (Sí, sírveme otra copa, susurré mientras tú me la llenabas de sangre). Y tragué a la salud de mis padres que estarían roncando a kilómetros del desastre, a la salud del griterío de los amigos, a la de los vecinos que nunca reclamaron por el ruido, a la salud delos uniformados que no vinieron a auxiliarme, a la salud de la salud y de su puta madre."
Estos son algunos de los párrafos de las primeras hojas de la novela "Sangre en el ojo" de la chilena Lina Meruane. Realmente es un pecado haber seleccionado solo éstas líneas porque la verdad es que la novela, y en particular las primeras páginas, no tiene despedicio. No hay una sóla línea en la que no se revele un cuidado asoluto, una pasión absoluta, una contundencia absoluta. Me resulta imposible transmitirles a ustedes las profunda impresión que me causó este libro, sin impresionarlos plasmando al menos algunas de sus líneas. Y es que es muy fuerte. Muy fuerte la historia, muy fuerte la escritura, muy fuerte la poesía desgarradora del relato pormenorizado de la ceguera de Lucina-Lina el alter ego de la autora.
Tal como surge de los párrafos que comparto, Lucina se encuentra en una fiesta en Nueva York, lugar donde se ha radicado y vive con su novio Ignacio, cuando se le produce un derrame en los ojos, producto de la diabetes con la que venía luchando durante toda su vida. Se trataba de un riesgo siempre latente, y su acaecimiento nos es relatado con lujo de detalles, en un viaje hacia la ceguera de un realismo y una precisión apabullantes.
A partir del momento en que queda ciega, Lucina empieza a percibir el mundo a través del oído, del tacto, del olfato. Es maravillosa su descripción de la ciudad de Nueva York desde la oscuridad:
"Nunca como entonces por las calles de Manhattan, llena de hoyos mortales y compuestas de latas con escaleras que llevan al infierno. Me cae la luz en la cara pero no puedo tocarla, no puedo usarla, y camino por la ciudad como por una cuerda floja, equilibrándome en Ignacio que avanza a otro ritmo, sincopando sus pasos tan suyos con otros tacones finos y apurados que hieren el pavimento. Hurgamos entre muebles de madera tersa y salvaje con olor a aves exóticas y a mandriles, a líquenes, a cantos africanos, y se levantan también los olores a maní confitado y a manzanas acarameladas, a pretzels, a bagels recién salidos del horno refregándose en nuestras narices."
La novela nos va contando, después de la primera y estremecedora escena en que Lina queda ciega, su derrotero por el consultorio médico, el diagnóstico, la espera para la operación y la incertidumbre del resultado. Pero junto a ello, también va la historia de amor con su novio Ignacio, y cómo la enfermedad golpea la relación y pone todo en perspectiva, la historia de los vinculos de Lina con su familia y con su país natal.
La bronca de la protagonista, su frustración, su negativa total a entregarse a la enfermedad, el horror de ser escritora y quedar ciega, de convertirse en una carga para su amante, miles de impresiones van armando la trama a puro fuego latinoamericano.
Probablemente sea la relación con Ignacio (a quien se dirige en segunda persona a lo largo de todo el libro) lo mas interesante de la historia, ese juego en que cada uno es Lazarillo del otro. Las partes relacionadas con la familia fueron las que menos me interesaron e hicieron decaer un poco mi interés, al igual que las relacionadas con lo médico, aunque insisto: la escritura tan destacable compensó mucho esos baches.
Super recomendable novela, y una autora para conocer sin falta.
Editorial Eterna Cadencia.