miércoles, 28 de enero de 2009

Opus Nigrum. Marguerite Yourcenar

La novela transcurre en la alta Edad Media, en momentos en que algunas ideas de lo que sería el renacimiento ya empezaban a filtrarse en la sociedad. El protagonista es Zenón, un médico, alquimista y filósofo con una lucidez especial y especialmente, una enorme ansia de conocimiento y sabiduría. El libro se divide en tres partes: La primera, que comprende la juventud de Zenón, tiene que ver con sus viajes. En estos capítulos, sin embargo, poco es lo que sabemos del protagonista, de quien por momentos solo conocemos su ausencia, su vida de trashumante. La novela viaja, también, como su héroe, por las vidas de personas que han estado relacionadas con Zenón: su madre, su hermana, su primo, sus maestros de juventud. Tal como su autora lo comenta en las notas que integran la parte final del libro, esta parte de la novela se asemeja a una pintura. A mi en particular me hace acordar un poco a las pinturas de Brueghel, en las que en un mismo plano aparecen cientos de historias disímiles. Cada capítulo de esta primera parte nos “pinta” la época elegida por Yourcenar. Recién en la segunda parte “La vida inmóvil” la novela, al igual que el médico y filósofo, se detienen durante unos años en un mismo lugar. Aquí se rebela el Zenón íntimo, su filosofía, sus recuerdos. Personaje maravilloso e inolvidable para cualquiera que lea esta obra. La tercera parte “La cárcel” es tan dura como perfecta.

Para destacar el primer capítulo, donde se desarrolla un dialogo entre Zenón y su primo, imperdible. La escritura de Yourcenar es un trabajo de artesanía delicado. Una autora exquisita, que para cada una de sus obras se tomó años de estudio. El resultado es una novela perfecta, un clásico.

miércoles, 14 de enero de 2009

Bibliotecas Vivas

En casa, además, había otra cosa maravillosa: una biblioteca enorme. Al menos para mi, que era tan pequeña, la biblioteca que ocupaba toda la pared desde el piso al techo era algo inmenso, mágico y hasta tanto no supiera leer, inalcanzable. Como en el cuento “El regalo de los Reyes magos” de O. Henry, nuestro tesoro, nuestro mayor motivo de orgullo y mayor riqueza era aquella biblioteca.

Hoy estoy casada con el amor de mi vida, y un lector maravilloso, Carlos. El ya tenía una biblioteca importante cuando nos casamos, y la hemos ido aumentando con el paso de los años. Al igual que en casa de mis padres, es nuestra mayor riqueza.

La ventaja de este tipo de tesoros es que a los ladrones no pueden interesarles menos. Recuerdo que al poco tiempo de casados, entraron a robar a casa. Se llevaron plata, una máquina de fotos, equipo de música y cosas que ya no recuerdo. Nuestro librero y amigo Gabriel nos preguntó si nos habían robado algún libro, a lo que respondimos que no, entre risotadas. ¡qué raro!, señaló consternado ¡con todos los libros que tienen! De haber faltado algún libro, contestó Carlos, la lista de sospechosos habría sido muy pequeña.

Mi marido ama los libros tanto o mas que yo. Y digo mas porque mientras que en mi caso la mayor parte de mi vida busqué primordialmente la lectura, el adora los libros como objetos, valora las buenas ediciones y le gusta tenerlos cerca.

Yo siempre fui ratón de biblioteca, y no había cantidad suficiente, con lo cual tuve que ser creativa con los recursos. Merodeaba bibliotecas públicas, casa de parientes y amigos de mis padres, que incautamente ofrecían sus dotaciones, sin saber que yo iría diez y cien veces de visita a saquear sus arcones.

Tanto la biblioteca de la casa de mis padres, como la que tengo ahora, son un dolor de cabeza para un ama de casa prolija. Ordenar la biblioteca es trabajoso, porque no se trata de poner los libros en los estantes así nomás, sino que tiene que haber un criterio. Es una tarea intelectual mas que física, que dura como mucho una semana, al cabo de la cual nuevamente hay libros en todas partes. Sin embargo a mi me gusta esto. Son bibliotecas vivas, que participan de la dinámica familiar. Los libros van y vienen, viajan con nosotros, los sacamos de su letargo porque nos acordamos de algo, los empezamos y los dejamos, los empezamos y los terminamos, compramos libros nuevos que aun no tienen lugar asignado, se los prestamos a amigos... Es caos colorido, querible, y para nuestra forma de ser, decorativo, porque es un desorden que habla de quienes somos.

Consejo:

- Compre libros. Usados o nuevos. Diviertase en las librerías de usados. Hay que comprar mas libros de los que se supone vamos a leer. Nunca se sabe si tendremos éxito con ese que compramos y que nos propusimos leer en el verano.

Insisto con el ejemplo de “Baudolino” (libro que no leí, ni me interesa): El cholulo que compró este bodoque “para el verano”, avanzará (por orgullo) las páginas que pueda, hasta convencerse de que es un plomo, de que no sabe nada de la caída de Constantinopla ni le interesa, que el tema religioso la última vez que lo abordó fue cuando hizo la primera comunión, y mil conclusiones mas que lo llevarán, frustrado a revolear el libro y a agarrar “El Gráfico” o “Caras”. ¡¡¡Nooooo!!!! Lo mejor es tener dos o tres opciones mas. Usted no es mal lector: simplemente compró el libro equivocado.

- Si no quiere comprar, saque libros de la biblioteca, con el mismo criterio: saque dos o tres a la vez. Si en las primera páginas no queda atrapado, pruebe con otro.

martes, 13 de enero de 2009

Los libros de mi vida

Cuando cumplí doce años, ocurrió algo maravilloso: ante una nueva exigencia de libros, mi mamá me sorprendió declarando que ya era tiempo de empezar a leer otras cosas. Y así, con poca ceremonia, rebuscó en la maravillosa biblioteca, abrió un libro en una página específica y me dijo: “lee este cuento”. Era “Final Del Juego” de Julio Cortázar. Mi puerta de entrada al mundo de la literatura adulta.

Tal vez mi mamá no tenía idea del contenido simbólico de aquel momento. Cuando yo aún no sabía leer, me sentaba a contemplar la biblioteca pensando cuándo llegaría el día en que podría apropiarme de ella verdaderamente. Y mi recuerdo es que el único símbolo que podía identificar era una rayuela blanca dibujada en el lomo de un libro negro. “Cuando aprenda a leer, el primer libro será ese, el de la rayuelita”, decía.

A partir de “Final de Juego”, es difícil hacer una cronología de los miles de cuentos y libros que le siguieron. Una vez que accedí a la biblioteca de “los grandes”, todo pasó por mis manos: antologías de cuentos, de literatura de varios países, el diccionario y los tomos de la enciclopedia de mitología griega, libros argentinos como “Rosaura a la Diez” y “El inglés de los Güesos”.

Mientras que el recuerdo de los primeros contactos con la lectura los vinculo a mi papá, debo decir que ya de grande, mi mamá fue mi primer compañera, guía y cómplice. No sólo me abrió la puerta a Cortázar, sino que también me “presentó” a García Márquez, ocupándose de que fuera leyendo libros mas sencillos antes de atacar las grandes obras. Primero me dio un cuento que se llama “Isabel viendo llover en Macondo”, a este cuento siguieron, “La Hojarasca” “La Mala Hora” y “Los funerales de la mama grande”. Recién después leí “Cien años de soledad”. A esa altura el Gabo era como un amigo para mi.

La literatura latinoamericana fue mi gran amor de esta época.

Hasta los 17 años mi papá no me dejó leer nada de Borges, porque decía que yo todavía no estaba preparada. A lo largo de los años comprobé que esto es cierto: algunos autores requieren ciertas lecturas previas. Por eso me parece tremendo que gente que hace años que no lee, concurra a comprar un libro “para el verano” y cometa la cholulez de retirarse de la librería con “Baudolino” de Humberto Eco.

Cuando me fui a estudiar, el ritmo de lectura se desaceleró: estudié una carrera no vinculada a las letras, lo que sorprendió a todos. Las horas de estudio, que implicaban de por sí bastante lectura, y la convivencia con amigas (siempre estaba la charla, el mate listo, la salida al cine) me sacaron de ese ritmo frenético de lectura. Una de mis salidas favoritas era recorrer por las noches las librerías de la calle corrientes, que quedaban cerca del departamento.. Mirar libros de lectura pendiente era como un bálsamo reparador. Una promesa de regreso a la esencia. Al salir de la esfera familiar, conocí por amigos y por visitas a las librerías varios autores nuevos, entre los que destaco a Bukowsky, Kundera y Saramago.

Pasaron los años y me volví a vivir a Viedma. Muy poco tiempo después conocí a mi marido, Carlos.

Así, a la biblioteca ya casi leída por completo de mis padres la sucedió la de mi marido, que he de decir, aun no he sojuzgado. Casi toda la vida me tomará domar a esta diva, que ya contaba con casi mil volúmenes cuando me casé en el 2002.

Carlos es un gran lector, y comprador compulsivo de libros. Basta con la mención en una charla para que días después aparezca con el tomo en cuestión. A diferencia de quies escribe, no es amigo de la biblioteca pública ni de pedir prestado: le gusta tener los libros, especialmente si son buenos. ¡y nada de libros usados! Al contrario de lo que me sucede a mi, detesta el olor a libros viejos.

Entrando a lo importante, debo decir que en semejante cantidad de libros, muy pocos de ellos coincidían con los de la biblioteca de mis viejos. Los gustos de Carlos son completamente diferentes.

En la primera cita me comentó que los autores norteamericanos eran sus favoritos, con Raymond Carver a la cabeza. Hoy me da vergüenza confesarlo, pero yo no tenía idea de quién era. En consecuencia, desde los primeros días del noviazgo (desde antes, incluso) él tomó las riendas de mi educación como lectora.

Gracias a Carlos comencé a leer otros autores, y conocí, por ejemplo, la obra de Salinger, (cuyos libros se encuentran hoy entre mis favoritos) Irving, Auster, Houellebecq.

Ya casados seguimos descubriendo autores, siempre merced a las búsquedas e investigaciones de Charly, que es muy metódico y lee todos los suplementos culturales de los diarios. Así entraron en nuestra vida J. M. Coetzee, Haruki Murakami, Sándor Márai, Amelie Nothomb, A. M. Homes, por nombrar algunos de los favoritos.

Por suerte siempre hay mucho mas para descubrir, y sino ahí están los clásicos –que casi nunca fallan- esperando a ser leidos.

La Pequeña Lectora

Cuenta mi madre que cuando llegue a la edad en que un niño logra sentarse con la espalda derecha, uno de mis entretenimientos favoritos era jugar con un grueso libro intitulado “La Madre y el Niño”, plagado de consejos para madres primerizas. Aparentemente yo pasaba horas en el corralito, contemplando las fotos de bebés que adornaban la obra, al grito entusiasta de ¡nene! ¡nene!. Confiesa mi madre hoy día que tanto entusiasmo por tal actividad le hacía sospechar una inclinación temprana hacia el sexo opuesto.

El libro en cuestión fue destrozado por mis manos infantiles, -demasiado torpes para dar vuelta las páginas con propiedad- y reemplazado por una seguidilla de revistas viejas. Mi madre tuvo que retener en su memoria los sabios consejos del libro, para la crianza del resto de la prole.

Habiendo hecho mención a mi madre, no puedo mas que detenerme en este punto y confesar una circunstancia que jugó muy a mi favor en el camino de formarme como “lectora omnivora”: Tanto mi mamá como mi papá son profesores de literatura. Por lo tanto lectores.

He leído muchas veces que para que los hijos sean lectores los padres también deben serlo. No sé si es así, pero debo decir que todos los amigos lectores que tengo han evocado en alguna charla el recuerdo del padre o la madre leyendo. Y aquí no importa tanto la calidad del material. Creo que lo importante es tener esa imagen grabada en la retina de papá o mamá disfrutando la lectura. Pidiéndonos “por favor, no molestar”. Exigiendo ese espacio de intimidad, en el que no podíamos entrar, y que por lo tanto generaba intriga y deseo.

En mi caso el anhelo de leer se incrementaba con la visita a Casa López. Antes de que supiera leer, todos los sábados a la tardecita, me vestían con mis mejores ropas, incluyendo un elegante reloj de Mafalda y cartera con dibujo de Sarah Kay, y mi papá me llevaba al quiosco del pueblo “Casa López”, donde teníamos reservados diarios y revistas y yo un fascículo de los “Cuentos de Chiribitil”. Estos cuentos los recuerdo y releo hoy y me doy cuenta que eran tremendamente modernos tanto desde el punto de vista literario como ideológico (... fui niña en la década del 70...) Esa noche, mi papá me leía el cuento, haciendo gala de todas sus dotes histriónicas, y haciéndome soltar carcajadas.

¿Cómo no vincular la lectura con el placer? Hasta los siete años, mi mayor dolor fue no saber leer. Miraba hacia el futuro y veía muchísimos años por delante para empezar primer grado y obtener la independencia que me permitiera leer mis cuentos cuando y cuantas veces yo quisiera.

Cuando aprendí a leer, me convertí en una pequeña tirana, exigiendo la compra de libros donde quiera que fuese. Terminados los Cuentos del Chiribitil, pasé a reunir la colección de la editorial Plus Ultra “La escalerita”. Mis visitas a Casa López casi siempre me hacían acreedora de un ejemplar de la Biblioteca Billiken, colección roja. En cuanto a la colección Robin Hood, de la cual tenía varios ejemplares, recuerdo especialmente el dibujo de las contratapas: era una familia leyendo en un living con paredes forradas por los libros de la colección, para mi, directamente, la encarnación de la vida perfecta.

Si mis padres alguna vez tuvieron intención de convertirme en lectora (cosa que no creo, porque jamás me presionaron, simplemente “salí así”) les salió el tiro por la culata: estos gastos no eran rendidores, ya que pocos días después yo declaraba que “no tenía nada para leer”. Desesperados recurrieron a sus propios libros de la infancia, a la colección “El Tesoro de la Juventud” que elegantemente adornaba la casa de mi abuela y a préstamos de amigos.

En ese tren, mi mamá me introdujo al mundo de las bibliotecas públicas y populares. En mi ciudad natal hay dos, y luego de un par de excursiones acompañada, ya conocía los recovecos donde estaba lo que mas me interesaba.

Entre mis lecturas infantiles favoritas, se encuentran los libros de Laura Devetach, Maria Hortensia Lacau, Elsa Bornemann, y Syria Poletti. Ni hablar de “Dailán Kifki”, que leí en tercer grado, mi primer novela.

De las colecciones que mencioné, lei toda la obra de Louisa M. Alcott, toda la saga de “Sissi emperatriz”, toda la saga de Tom Sawyer, varios de Dickens y –lamento decirlo- muy pocos de Julio Verne y Emilio Salgari.

Me parecía que eran “libros de varón” y nadie me sacó de mi ignorancia, hasta que un compañerito de la escuela me prestó “La vuelta al mundo en 80 días”, que me encantó. Ese grato intercambio de libros se interrumpió porque las nenas de mi grado me advirtieron que todos iban a decir que yo gustaba del niño en cuestión. lo que probablemente era cierto, asi que por evitar las malas lenguas quedó interrumpida mi educación.



Consejos para lectura de los niños:

- No sermonee a los niños. La lectura no se impone con discursos. Simplemente invierta tiempo y dinero: ponga los libros a su alcance, y dedíquele tiempo desde antes de que sepan leer leyéndole usted mismo.

- No delegue en la escuela: estoy cansada de escuchar padres que se quejan de que en la escuela no les inculcan la lectura a sus hijos. ESO NO ES OBLIGACIÓN DE LA ESCUELA. Decir eso es casi como decir que en la escuela no les enseñan a ser buenas personas. Los gustos y las inclinaciones las transmiten los padres. Si usted hizo a su hijo hincha de Boca Juniors, bien puede hacerlo hincha de Borges, Los Beatles o Woody Allen. Les advierto que para cuando comenzaron la escuela, probablemente YA SEA DEMASIADO TARDE. Con toda la cultura audiovisual que hay hoy en día el niño ya habrá sido ganado por las huestes de la TV y los jueguitos electrónicos. (De cualquier modo eso de por si sólo no es excusa: me considero televidente y adoro los juegos de computadora, e igual me hago tiempo para leer). Por otra parte, la escuela es un ámbito que genera mucha resistencia: probablemente sólo por el hecho de que proviene de la maestra los chicos tengan mala predisposición. Y convengamos que algunas maestras y profesoras se equivocan horriblemente con los libros que proponen: ¡gracias a dios a mi ya me gustaba leer cuando aprendí a leer! Odié “Platero y yo”. Lo odié. Lo odio.

- Si usted no lee, su hijo tampoco lo hará. Y todos los consejos que siguen se aplican a la elección de libros para chicos.