jueves, 29 de abril de 2010

Historia del Llanto. Alan Pauls


El año pasado leí “El Pasado” de Alan Pauls. A pocas páginas me disgustó el estilo del autor, plagado de disgresiones. Acostumbrada a los escritores americanos o a sus discípulos, que se quedan al margen, dejando al lector las conclusiones, la preeminencia de Pauls en las páginas de su obra me molestaba. Era como un insecto que abrumaba a los personajes, que no los dejaba solos, que le insistía al lector “mirá que el creador soy, eh, no te olvides”. A cada acción de los personajes (en especial su alter ego Rímini) correspondía un comentario, una apostilla, un subrayado.
Las disgresiones eran tan largas que en ocasiones me preguntaba si para semejante esfuerzo de concentración mental no sería preferible leer el segundo tomo de “En Busca del Tiempo Perdido” que he abandonado una y otra vez.
Sin embargo leí todo el libro y lo disfruté. Lo que contaba estaba bueno. La historia era atrapante. Y en definitiva, esas disgresiones, esas indiscreciones del autor, también terminaron siendo enriquecedoras, en tanto mostraban una mirada del mundo con la que me podía identificar. Terminé “El Pasado” sabiendo que volvería a leer a Pauls.
Hace poquito leí una entrevista sobre el recientemente publicado “Historia del Pelo” (que empecé a leer hoy), el segundo de una trilogía que da comienzo con “Historia del Llanto” y terminará con “Historia del dinero”.
Despertó mi interés que Pauls declaró en esa entrevista que con estos libros quiso hacer algo “mas depurado”. ¿Será posible? Me pregunté.
No sé bien que es “mas depurado” para Pauls, pero su estilo sigue siendo el mismo. Salvo que esta vez yo ya sabía con qué me iba a encontrar. Ya he sellado una suerte de pacto con Alan Pauls, le permito las disgresiones. Y el devuelve la gentileza haciendo de ese “irse por las ramas” algo disfrutable. Porque aquí las disgresiones tienen una función narrativa. El narrador va y viene desde su niñez a su vida adulta, conectándolos de modo tal que las impresiones del niño que fue se proyectan y conviven en un presente constante con el joven y con el adulto.
En este ir y venir por la memoria y por la conciencia, se van desmadejando historias íntimas que pintan un cuadro mas amplio, el de un momento y un lugar de la historia política argentina.
Ya desde el comienzo de la novela, que da inicio diciendo “A una edad en que los niños se desesperan por hablar, el puede pasarse horas escuchando”, la mirada del protagonista, un personaje que “desde muy temprano ha sentido la relación profunda que hay entre la cercanía, cualquiera sea, y el dolor” está marcada justamente por un sentimiento de ajenidad. El mundo, las situaciones se presentan ante él como ante un expectador de privilegio, sumiso y dócil. Pocas veces se rebela nuestro héroe ante su destino de testigo de sus semejantes y del mundo. Como niño ejerce esta condición al ser confesor involuntario de sus padres, parientes y todos los adultos que lo rodean. Ya adolescente, esta vocación de espectador la ejerce como lector voraz de literatura política.
Algo que tengo que destacar de este libro es que me ha hecho reír muchisímo. Con su estilo pomposo, Pauls es sin embargo tremendamente irónico y con una buena dosis de cinismo.
Al final de la novela el protagonista tiene una revelación: No ha sido contemporáneo. No es contemporáneo, no lo será nunca.
Curioso que en cambio la novela en si misma haya sido considerada (acertadamente, creo) “rabiosamente contemporánea”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario