Para una Lectora Omnívora, no hay nada mejor que los lugares donde saciar su avidez de libros. Desde chica me encantaba hurgar cualquier reducto donde hubiera papel, sea biblioteca pública, desván de la abuela, o las revistas Condorito e Isidorito de mi amiga Silvina, que las escondía cuando iba de visita, porque de otro modo me enfrascaba en la lectura de tal modo que no salíamos a jugar.
Durante los años que viví en Buenos Aires, una de las salidas seguras era deambular por la calle Corrientes mirando las librerías de viejo y de nuevo. Con mis amigas (a veces con algún novio) entrábamos a todas y cada una de ellas. La cosa era más mirar que comprar, porque no había mucha plata. Todavía me acuerdo de un libro de tapa dura y medidas poco convencionales con fotos de las hermanas Brönté, los lugares donde vivían y hasta los textos que escribían en su infancia…(¿Cómo pude haber sido tan tonta de no comprarlo?).
Por esos años mi lugar en el mundo era la librería Romano, que estaba en la calle Lavalle (Ahora está a la vuelta, en la calle Ayacucho). El colectivo de vuelta de la facultad me dejaba en la puerta, y cuando aprobaba un examen me bajaba y me premiaba comprando un libro. Esa librería revestida de madera, donde sonaba música clásica todo el tiempo y había libros en varios idiomas y cosas directamente increíbles como las primeras ediciones de los libros de poesía de mis amadas Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik, era el sitio donde soñaba con conocer al amor de mi vida.
Cuando me vine a vivir a Viedma, y conocí a Carlos, la cosa cambió. A Carlos no le gustan para nada los libros viejos o usados. Seguimos haciendo el recorrido por la calle Corrientes, pero gracias a él he conocido otras librerías que hoy son mis favoritas: Las tres que mas me gustan son Norte, Guadalquivir y El Ateneo.
La última la destaco más que nada por su belleza y tamaño. Cuando me enteré que mi cine favorito, el Grand Splendid de la calle Santa Fé, cerraría, casi me puse de luto. Pero cuando inauguró El Ateneo me consolé un poquito. Es una librería hermosísima y hay muchísimos libros, aunque la atención es nula.
Todo lo contrario se experimenta en Norte y Guadalquivir.
La librería Norte perteneció a un librero famoso y legendario: Héctor Yanover. Está en la calle Las Heras, un poco a contramano del circuito tradicional de librerías. Pero en general todas las “figuritas difíciles” las encuentro allí. Es un lugar donde siempre sé que además de las novedades (que casi nunca me interesan demasiado) encontraré algo interesante.
Lo mismo me sucede en “Guadalquivir” de la calle Callao. Allí lo que más destaco es la presencia de libros importados de España inconseguibles en estas latitudes. Y clásicos. O libros no tan conocidos de autores clásicos.
Respecto de estas dos librerías debo hacer una mención especial a los libreros: Sin libreros la librería no tiene alma. Y tanto los de Norte (fieles a la tradición de Yanover) como el librero de Guadalquivir son personas a las que hay que aprovechar, porque saben orientar, se dan cuenta enseguida con quién están hablando y recomiendan “a medida”. Y aman los libros. Los aman al punto de no querer venderlos. Los aman al punto de que mientras les sacan un poco el polvo que pueden haber juntado en los estantes, parece que los acarician. Al punto de que cuando los recomiendan, parecen revivir el placer de la lectura.
Otros lugarcitos lindos: la librería “Eterna Cadencia”, es una coquetería, y tiene un barcito y restaurant divino (fotito). Tiene su propia editorial también, y tengo entendido que es el resultado del sueño de su dueño, que cobró una herencia y le dio forma a su deseo. También suelo visitar “La Boutique del libro” en Palermo.
También son excelentes las librerías de Punta del Este. En Uruguay se consiguen algunas cosas que acá no (por esos devaneos de la distribución). Este verano, cuando decidimos pasar las vacaciones en Punta, una de las cosas que tuvimos en cuenta fueron las librerías, y de hecho, ni bien dejamos el equipaje en el hotel, nos fuimos directo a visitarlas.
Si algo aprendí en mi vida de lectora es que es un camino que no está bueno hacer solo. Es mejor tener maestros y amigos que recomienden, que guíen. No soy orgullosa para eso. Acepto sugerencias. Primero de mis padres (profesores de letras), luego de amigos (si no fuera por Alejandro, nunca hubiera leído a Verne), mas tarde por mi marido (gracias, Carlos por presentarme a los norteamericanos) y ahora por mi amigos bloggers, cuyas reseñas me han dado enormes satisfacciones.
Los buenos libreros ocupan ese lugar. Ayer fui a dos librerías de Viedma a comprarle un libro a mi papá para el Día del Padre. En una de ellas (en la que no compré nada) prácticamente no había libros de Literatura Universal. Parece que los viedmenses estamos condenados a leer sólo autores argentinos y latinoamericanos, y de los mas remanidos. ¡Por favor!
Cuando le comenté esto a mi papá me dijo que “la librería era un negocio y que por eso traían los libros que más se venden”. Error. Si en la librería hay un buen librero, éste puede orientar a los potenciales lectores, generar nuevos intereses. Si una persona no sabe mucho de libros, y en el colegio leyó Cortázar…. No tiene porqué leer nada más que Cortázar toda su vida… Hacen falta más libreros en el mundo…
Entre todas las vidas que no he podido vivir (directora, guionista y actriz de cine independiente, psicóloga, editora, escritora, periodista, guerrillera, misionera, y otras…) la que más anhelo es la de dueña de una librería. Quien dice, capaz que se me da….
Por ahora, sigo visitando en mis viajes mis lugares favoritos, disfrutando de la charla con los buenos libreros, y soñando con el día en que pueda viajar a España a comprarme TODO lo que acá no se consigue…
Charly y Vale comiendo algo en "Eterna Cadencia". Descanso de caminantes...
No sé qué pasa, pero no me salen tus actualizaciones y me había perdido de esta.
ResponderEliminarTengo planeado viajar a Bs As en las vacaciones de invierno (aunque por ahora no consigo hotel).
Sin duda toma nota por si llego a ir.