jueves, 13 de diciembre de 2012

Mi hermano, artista plástico

 
 
 
Así como yo desde muy chica me incliné a los libros, y mi hermana Jimena precozmente demostró talento musical, mi hermano César es un destacado artista plástico.
Hace unos años su obra “Interior” fue seleccionada en el Salón de Artistas nóveles de Viedma, entre cientos de participantes.
 
Con su profesora y el cuadro "Interior"
 
 
Esta semana expuso en la Biblioteca de la Legislatura de Viedma tres de sus pinturas mas recientes: las que dan inicio a esta entrada, tituladas “Escaleras y Ventanas” y “Marina” y finalmente el bellísimo tríptico que hizo para su sobrina Zoe. La orgullosa propietaria lo tiene en su habitación y lo prestó para la ocasión.
 
 
Esta obra tiene un significado especial para mí, porque en el 2010 yo le pedí a César que me pintase un cuadro, con idea de que fuese la tapa de mi novela “El Idioma Inventado”, si alguna vez la publicaba. Para eso le conté un cuento infantil que aparece en la novela y que, de hecho, da título a la misma. El cuento tenía animales como protagonistas y yo, conocedora del gran amor de César por los animales, intuí que se iba a entusiasmar con la premisa. ¡Y asi fue! No sólo me hizo la tapa del libro, sino que también después hizo una versión nocturna, que el llamó “Los Animales en la noche”, el tríptico que le dedicó a Zoe (yo estaba embarazada mientras lo pintaba, y cuando se enteró que sería una nena añadió flores de color rosa)
Mis hermanos
 
 
Hablar de mi hermano siempre me resulta un poco dificil, no porque me cueste o me resulte doloroso. Al contrario, no tengo mas que sentimientos de orgullo y amor hacia él: el problema suele ser que que hay que dar demasiadas explicaciones que a esta altura a mis 38 años me resultan un poco cansadoras.
 
Mi hermano llegó cinco años después que yo, y al poco tiempo mis padres se dieron cuenta de que “algo” no andaba del todo bien: el bebé no jugaba con las manos, y mas adelante le costó mucho decir sus primeras palabras.
 
Contra el consejo del pediatra que decía que “los varocitos son mas lerdos que las nenas”, lo llevaron a especialistas en Buenos Aires que confirmaron que tenía un retraso madurativo. El diagnóstico nunca fue preciso. Me acuerdo que por mucho tiempo yo les decía a mis amiguitos que mi hemanito tenía un “problema de comunicación”, porque era en el habla donde se manifestaba su dificultad.
Nunca olvidaré el día que la palabra “discapacitado” entró en mi vida. Fue algo muy fuerte y definitivo. Mi mamá me dijo: “A partir de ahora vos no tenés que decir mas que tu hermanito tiene un problema de comunicación, sino que es discapacitado”. Creo que ese momento de asumir la realidad y ponerle la palabra precisa fue una inflexión en mi familia y en mi vida. Una vida en la que las palabras siempre pesaron fuerte.
Hubo muchos médicos, licenciados, docentes que acompañaron la tarea y la lucha de mis padres para que César tuviera posibilidades de progresar, de hacer cosas y de ser feliz.
Unos años después la familia se completó: llegó mi hermana Jimena, y su nacimiento fue curativo para todos, porque nos sacó un poco de ese mundo.
Con el tiempo los logros de César se fueron sucediendo uno tras otro y la familia casi se fue olvidando de que uno de sus integrantes era “especial”.
Así es como nos gusta pensar en César. En que es alguien especial. Especial por su ternura, por su afecto, por su paz, su solidaridad, su falta de dobleces, sus buenos sentimientos.
 
 
Pienso en mi hermano y todo lo que me viene a la mente son buenos recuerdos: baños en el mar y castillos de arena, viajes escuchando música, clases de equitación en cálidos días de otoño, tardes de invierno tomando mate, paseos por una Buenos Aires que siempre tenía algo mas escondido para mostrarnos (palomas comiendo de nuestras manos, animales fabulosos en el zoo...), asados familiares, navidades, locros del 25 de mayo...
Cuando le mostré a mi psicóloga (que también se dedica a la pintura) las fotos de los cuadros de César, me dijo que era evidente que el artista era alguien que miraba el mundo desde otro lugar.
 
 
 
Es imposible para mí, imposible para nadie saber cual es ese lugar.
Pero cualquiera que conozca a mi hermano sabe que, seguramente, se trata de un lugar mejor.
 
 
 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Bahía Blanca. Martín Kohan

 Ninguna persona que yo conozca ha dicho jamás nada bueno de Bahía Blanca, y fue por eso que la elegí como destino. Quienes vivieron en ese ciudad por algún tiempo, aunque no fuese un tiempo demasiado prolongado, y en especial quienes habían nacido ahí, incluso si les había tocado irse a poco de nacer o inmediatamente después de haber nacido, reunían sin esfuerzo alguno un repertorio siempre nutrido y a menudo coincidente de argumentos que confluían en una deploración rencorosa de Bahía Blanca: el peor lugar del mundo según todos. Los mas ensañados, pero también los mas afligidos, eran los que, por las razones que fuese, la familia retentiva o las oportunidades de trabajo o la inercia de las resignaciones, seguían viviendo ahí, porque en ellos el denuesto se salteaba las meditaciones de la recapitulación y dolía como duele lo que toca.
Las razones esgrimidas solían ser, entre otras, las siguientes: el clima adverso, con entradas de fríos oceánicos comparables a las entradas de los ejércitos vencedores en las ciudades vencidas; la arquitectura casi siempre ingrata, colección de fealdades o de bellezas fallidas, que en última instancia es lo mismo, con unas pocas excepciones infaliblemente disimuladas o directamente neutralizadas por el aspecto hiriente del entorno; la presencia agobiante del clericalismo, ya fuese en lo edilicio o, peor aún, en la manera de pensar y ser de las personas, en una escala tan sólo comparable en el ámbito nacional con el temperamento de la ciudad de Córdoba, si bien en Córdoba ese incordio se diluía en el matiz de otros atractivos que en cambio en Bahía Blanca faltaban; una predilección general por el militarismo, tendencia explicada tan sólo en parte por la existencia de una importante base naval en las inmediaciones; la ideología social mas retrógrada del país, de la que el diario local, La Nueva Provincia, se erigía sin descanso en vocero y en artífice; la renuncia al mar, que en sectores de la ciudad, y dependiendo del viento, podía intuirse pero nunca verse, presentirse pero no apreciarse, lo que suponía la verdadera forma de la renuncia, renuncia de lo que podría haberse tenido y no se tiene.


Por eso la elegí. Por eso elegí Bahía Blanca.
Quise leer este libro por varias razones: primero porque como habitante de la Patagonia Argentina comparto el sentimiento de antipatía total por la ciudad de Bahía Blanca. Qué mala. Pero es así. Me causó mucha gracia la primera parte de esta novela, que en un sólo párrafo agota las razones por las cuales a nadie le gusta esta ciudad, ni siquiera a sus oriundos.

La historia es narrada desde el punto de vista de Mario Novoa, un hombre sumamente obsesivo, que no puede dejar atrás el recuerdo de su ex mujer, Patricia. Al comienzo de la novela nos enteramos que se ha instalado por un tiempo en Bahía Blanca, ciudad que, por ser una suerte de “lugar maldito” le permitirá desvincularse por completo de algo que quiere olvidar. Sin embargo, lentamente el recuerdo vuelve, y mas aún cuando se encuentra con un viejo amigo que casualmente también está en Bahía Blanca. Mas tarde Mario vuelve a Buenos Aires, donde buscará reencontrarse con Patricia.

Varias impresiones: La novela tiene dos partes muy diferenciadas, que no terminan de integrarse del todo. Da la impresión de que en unmomento el autor no supo qué mas contar sobre la permanencia de su protagonista en Bahía Blanca y lo devuelve a su Buenos Aires de origen. En un momento se cortan abruptamente todas las historias y relaciones que se venían desarrollando en Bahía Blanca. Son hilos argumentales abandonados por completo.

Me viene a la mente el escritor norteamericano John Irving, que suele hacer esto. Pero por ejemplo, en la novela “Una mujer dificil”, Irving logra una primera parte brillante, que funciona por sí misma (de hecho, la adaptación cinematográfica se limita a esta parte del libro) cosa que no llega a suceder en la novela de Kohan, que queda trunca.

Se trata de un autor que tiende a sobreescribir. Sin ser barroco en su escritura, al contrario, con economía de recursos, pero da cuenta de tantos detalles de la vida cotidiana, que muchas veces no hacen avanzar la trama en absoluto. En esta novela, el personaje es sumamente obsesivo, y probablemente ésta es la excusa. Pero por momentos se torna un poco exasperante. Por ejemplo este párrafo:

“Llegamos hasta el lugar donde dejó estacionado el auto. Un renault no muy actual, aunque tampoco muy castigado. Le faltan esos aditamentos que los vendedores llaman chiches y que se valen de la tecnología para resolver tareas nimias: que abriendo una sola puerta las otras tres puedan abrirse, que trabando una sola puerta queden trabadas las otras tres, que las ventanillas puedan bajarse o subirse con un botón y un solo dedo. Por eso, para abrir la puerta de mi lado, tengo que esperar a que Ernesto suba, se ubique y la destrabe.”

¿Hace falta tanta explicación? El detalle de que el protagonista tarde dos segundos mas en subir al auto, no altera en nada la trama, no tiene relevancia o interés alguno.

De cualquier modo, es el estilo del autor, y aclaro que su escritura es irreprochable. Hay otro momento, en que el escritor se regodea en detalles sin importancia, en un estilo que francamente me resultó ya de carácter experimental.

“..El perro que lleva la chica que se da vuelta porque le llama la atención la manera en que nos reímos es un labrador de color beige. Lo que el cartel de publicidad que está cerca de nosotros informa es que salió una nueva cerveza. Los coches que han debido deternerse porque el semáforo de esta esquina se puso en rojo son cuatro: un Chevrolet Vectra, un Volkswagen Bora, un Renault Megane, un Chevrolet Corsa.”

No sería gran cosa si no fuera porque sostiene esta forma de narrar desde la página 224 a la 232. Mas allá de que existiría una excusa argumental (la presencia de un personaje, el amigo de Mario, cuya actividad es ser continuista de cine, es decir, la persona que se ocupa de que no haya incoherencias en los detalles: que no cambie el color de los zapatos del protagonista, o si tiene la cartera en el hombro derecho que no aparezca de pronto en la izquierda, etc). Humildemente declaro que el rey está desnudo: El lector se aburre horrores durante estas tediosas nueve páginas.

Y bien, qué tengo a favor, porque en el balance general la novela me gustó: La primera parte que transcurre en Bahía Blanca está lograda, con algunos momentos cómicos y también con notas casi fantásticas. También tiene varios momentos de suspenso en los que el lector se sorprende con alguna revelación o quiere saber qué pasará a continuación. Son esos “tirones” los que hacen entretenida la lectura y conducen al lector hasta el final de una novela que, si bien implecable en su elaboración, me pareció bastante insustancial.

Si alguien quiere conocer a Martin Kohan, recomiendo la excelente “Dos Veces Junio” que me gustó mucho mas.