Cuenta mi madre que cuando llegue a la edad en que un niño logra sentarse con la espalda derecha, uno de mis entretenimientos favoritos era jugar con un grueso libro intitulado “La Madre y el Niño”, plagado de consejos para madres primerizas. Aparentemente yo pasaba horas en el corralito, contemplando las fotos de bebés que adornaban la obra, al grito entusiasta de ¡nene! ¡nene!. Confiesa mi madre hoy día que tanto entusiasmo por tal actividad le hacía sospechar una inclinación temprana hacia el sexo opuesto.
El libro en cuestión fue destrozado por mis manos infantiles, -demasiado torpes para dar vuelta las páginas con propiedad- y reemplazado por una seguidilla de revistas viejas. Mi madre tuvo que retener en su memoria los sabios consejos del libro, para la crianza del resto de la prole.
Habiendo hecho mención a mi madre, no puedo mas que detenerme en este punto y confesar una circunstancia que jugó muy a mi favor en el camino de formarme como “lectora omnivora”: Tanto mi mamá como mi papá son profesores de literatura. Por lo tanto lectores.
He leído muchas veces que para que los hijos sean lectores los padres también deben serlo. No sé si es así, pero debo decir que todos los amigos lectores que tengo han evocado en alguna charla el recuerdo del padre o la madre leyendo. Y aquí no importa tanto la calidad del material. Creo que lo importante es tener esa imagen grabada en la retina de papá o mamá disfrutando la lectura. Pidiéndonos “por favor, no molestar”. Exigiendo ese espacio de intimidad, en el que no podíamos entrar, y que por lo tanto generaba intriga y deseo.
En mi caso el anhelo de leer se incrementaba con la visita a Casa López. Antes de que supiera leer, todos los sábados a la tardecita, me vestían con mis mejores ropas, incluyendo un elegante reloj de Mafalda y cartera con dibujo de Sarah Kay, y mi papá me llevaba al quiosco del pueblo “Casa López”, donde teníamos reservados diarios y revistas y yo un fascículo de los “Cuentos de Chiribitil”. Estos cuentos los recuerdo y releo hoy y me doy cuenta que eran tremendamente modernos tanto desde el punto de vista literario como ideológico (... fui niña en la década del 70...) Esa noche, mi papá me leía el cuento, haciendo gala de todas sus dotes histriónicas, y haciéndome soltar carcajadas.
¿Cómo no vincular la lectura con el placer? Hasta los siete años, mi mayor dolor fue no saber leer. Miraba hacia el futuro y veía muchísimos años por delante para empezar primer grado y obtener la independencia que me permitiera leer mis cuentos cuando y cuantas veces yo quisiera.
Cuando aprendí a leer, me convertí en una pequeña tirana, exigiendo la compra de libros donde quiera que fuese. Terminados los Cuentos del Chiribitil, pasé a reunir la colección de la editorial Plus Ultra “La escalerita”. Mis visitas a Casa López casi siempre me hacían acreedora de un ejemplar de la Biblioteca Billiken, colección roja. En cuanto a la colección Robin Hood, de la cual tenía varios ejemplares, recuerdo especialmente el dibujo de las contratapas: era una familia leyendo en un living con paredes forradas por los libros de la colección, para mi, directamente, la encarnación de la vida perfecta.
Si mis padres alguna vez tuvieron intención de convertirme en lectora (cosa que no creo, porque jamás me presionaron, simplemente “salí así”) les salió el tiro por la culata: estos gastos no eran rendidores, ya que pocos días después yo declaraba que “no tenía nada para leer”. Desesperados recurrieron a sus propios libros de la infancia, a la colección “El Tesoro de la Juventud” que elegantemente adornaba la casa de mi abuela y a préstamos de amigos.
En ese tren, mi mamá me introdujo al mundo de las bibliotecas públicas y populares. En mi ciudad natal hay dos, y luego de un par de excursiones acompañada, ya conocía los recovecos donde estaba lo que mas me interesaba.
Entre mis lecturas infantiles favoritas, se encuentran los libros de Laura Devetach, Maria Hortensia Lacau, Elsa Bornemann, y Syria Poletti. Ni hablar de “Dailán Kifki”, que leí en tercer grado, mi primer novela.
De las colecciones que mencioné, lei toda la obra de Louisa M. Alcott, toda la saga de “Sissi emperatriz”, toda la saga de Tom Sawyer, varios de Dickens y –lamento decirlo- muy pocos de Julio Verne y Emilio Salgari.
Me parecía que eran “libros de varón” y nadie me sacó de mi ignorancia, hasta que un compañerito de la escuela me prestó “La vuelta al mundo en 80 días”, que me encantó. Ese grato intercambio de libros se interrumpió porque las nenas de mi grado me advirtieron que todos iban a decir que yo gustaba del niño en cuestión. lo que probablemente era cierto, asi que por evitar las malas lenguas quedó interrumpida mi educación.
Consejos para lectura de los niños:
- No sermonee a los niños. La lectura no se impone con discursos. Simplemente invierta tiempo y dinero: ponga los libros a su alcance, y dedíquele tiempo desde antes de que sepan leer leyéndole usted mismo.
- No delegue en la escuela: estoy cansada de escuchar padres que se quejan de que en la escuela no les inculcan la lectura a sus hijos. ESO NO ES OBLIGACIÓN DE LA ESCUELA. Decir eso es casi como decir que en la escuela no les enseñan a ser buenas personas. Los gustos y las inclinaciones las transmiten los padres. Si usted hizo a su hijo hincha de Boca Juniors, bien puede hacerlo hincha de Borges, Los Beatles o Woody Allen. Les advierto que para cuando comenzaron la escuela, probablemente YA SEA DEMASIADO TARDE. Con toda la cultura audiovisual que hay hoy en día el niño ya habrá sido ganado por las huestes de la TV y los jueguitos electrónicos. (De cualquier modo eso de por si sólo no es excusa: me considero televidente y adoro los juegos de computadora, e igual me hago tiempo para leer). Por otra parte, la escuela es un ámbito que genera mucha resistencia: probablemente sólo por el hecho de que proviene de la maestra los chicos tengan mala predisposición. Y convengamos que algunas maestras y profesoras se equivocan horriblemente con los libros que proponen: ¡gracias a dios a mi ya me gustaba leer cuando aprendí a leer! Odié “Platero y yo”. Lo odié. Lo odio.
- Si usted no lee, su hijo tampoco lo hará. Y todos los consejos que siguen se aplican a la elección de libros para chicos.
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hace un tiempo que te sigo y recién ahora leo este post donde hablás de los cuentos del chiribitil, hermosa colección de nuestra infancia (yo también fui niña en los ´70). me sorprende cada vez que encuentro personas en la red que tienen, al igual que yo, un pasado cultural en común, por llamarlo de alguna manera. cuentos, programas de la tele, música e incluso me animaría a arriesgar que padres parecidos, por eso que decís del hábito de leer ellos, de leernos o inventarnos historias a sus hijos, de acompañarnos al kiosco a comprar el cuento que salía esa semana... sólo puede entender los ecos que provoca eso aquellos que lo vivieron.
ResponderEliminarte sigo leyendo, lectora, y disfrutando tus post. un saludo desde bahía blanca