En casa, además, había otra cosa maravillosa: una biblioteca enorme. Al menos para mi, que era tan pequeña, la biblioteca que ocupaba toda la pared desde el piso al techo era algo inmenso, mágico y hasta tanto no supiera leer, inalcanzable. Como en el cuento “El regalo de los Reyes magos” de O. Henry, nuestro tesoro, nuestro mayor motivo de orgullo y mayor riqueza era aquella biblioteca.
Hoy estoy casada con el amor de mi vida, y un lector maravilloso, Carlos. El ya tenía una biblioteca importante cuando nos casamos, y la hemos ido aumentando con el paso de los años. Al igual que en casa de mis padres, es nuestra mayor riqueza.
La ventaja de este tipo de tesoros es que a los ladrones no pueden interesarles menos. Recuerdo que al poco tiempo de casados, entraron a robar a casa. Se llevaron plata, una máquina de fotos, equipo de música y cosas que ya no recuerdo. Nuestro librero y amigo Gabriel nos preguntó si nos habían robado algún libro, a lo que respondimos que no, entre risotadas. ¡qué raro!, señaló consternado ¡con todos los libros que tienen! De haber faltado algún libro, contestó Carlos, la lista de sospechosos habría sido muy pequeña.
Mi marido ama los libros tanto o mas que yo. Y digo mas porque mientras que en mi caso la mayor parte de mi vida busqué primordialmente la lectura, el adora los libros como objetos, valora las buenas ediciones y le gusta tenerlos cerca.
Yo siempre fui ratón de biblioteca, y no había cantidad suficiente, con lo cual tuve que ser creativa con los recursos. Merodeaba bibliotecas públicas, casa de parientes y amigos de mis padres, que incautamente ofrecían sus dotaciones, sin saber que yo iría diez y cien veces de visita a saquear sus arcones.
Tanto la biblioteca de la casa de mis padres, como la que tengo ahora, son un dolor de cabeza para un ama de casa prolija. Ordenar la biblioteca es trabajoso, porque no se trata de poner los libros en los estantes así nomás, sino que tiene que haber un criterio. Es una tarea intelectual mas que física, que dura como mucho una semana, al cabo de la cual nuevamente hay libros en todas partes. Sin embargo a mi me gusta esto. Son bibliotecas vivas, que participan de la dinámica familiar. Los libros van y vienen, viajan con nosotros, los sacamos de su letargo porque nos acordamos de algo, los empezamos y los dejamos, los empezamos y los terminamos, compramos libros nuevos que aun no tienen lugar asignado, se los prestamos a amigos... Es caos colorido, querible, y para nuestra forma de ser, decorativo, porque es un desorden que habla de quienes somos.
Consejo:
- Compre libros. Usados o nuevos. Diviertase en las librerías de usados. Hay que comprar mas libros de los que se supone vamos a leer. Nunca se sabe si tendremos éxito con ese que compramos y que nos propusimos leer en el verano.
Insisto con el ejemplo de “Baudolino” (libro que no leí, ni me interesa): El cholulo que compró este bodoque “para el verano”, avanzará (por orgullo) las páginas que pueda, hasta convencerse de que es un plomo, de que no sabe nada de la caída de Constantinopla ni le interesa, que el tema religioso la última vez que lo abordó fue cuando hizo la primera comunión, y mil conclusiones mas que lo llevarán, frustrado a revolear el libro y a agarrar “El Gráfico” o “Caras”. ¡¡¡Nooooo!!!! Lo mejor es tener dos o tres opciones mas. Usted no es mal lector: simplemente compró el libro equivocado.
- Si no quiere comprar, saque libros de la biblioteca, con el mismo criterio: saque dos o tres a la vez. Si en las primera páginas no queda atrapado, pruebe con otro.
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