Esta novela de Yukio Mishima cuenta una historia de amor clásica, entre dos adolescentes (Shinji y Hatsue) que viven en una pequeña isla pesquera. Si bien la historia de amor es la que estructura el relato, es claro que la verdadera protagonista de la novela es la isla en misma: Las detalladas (y sin embargo en absoluto largas o molestas) descripciones de las bellezas de la isla, de sus costumbres y tradiciones, se van entrelazando con el relato, ocupando un rol fundamental en los acontecimientos. La isla y el mar, (el rumor del oleaje), siempre están presentes en los personajes.
La vida del pueblo parece idílica, y de hecho lo es: aun cuando Shinji y Hatsue encuentran ciertas dificultades en la concreción de su amor, no puede decirse al final del libro que se hayan desenmascarado intrigas o verdades ocultas tras la apariencia apacible del lugar. No: es en efecto un pueblito tranquilo, de buena gente y con problemas pequeños que se resuelven de manera sencilla y tal vez hasta algo rústicas.
Sin embargo, avanzada la lectura, empezamos a tener algo así como un sentimiento de ahogo, de encierro. Comenzamos a sentir la lejanía del mundo (la historia transcurre en la posguerra, pero los personajes apenas perciben este contexto), la pequeñez de la isla en la cual nada puede suceder sin testigos, el agua que todo lo envuelve con su negrura (como dice Mishima sobre el final). Es una sensación que remite tal vez a los sentimientos de la adolescencia, que siente esta opresión sea donde sea que habite.
Es un libro muy recomendable, de lectura ligera, y la isla está tan bien descripta en todos sus detalles, que cuando se termina de leer, sentimos que hemos estado allí, y que queremos volver de visita a la casa del farero.
La vida del pueblo parece idílica, y de hecho lo es: aun cuando Shinji y Hatsue encuentran ciertas dificultades en la concreción de su amor, no puede decirse al final del libro que se hayan desenmascarado intrigas o verdades ocultas tras la apariencia apacible del lugar. No: es en efecto un pueblito tranquilo, de buena gente y con problemas pequeños que se resuelven de manera sencilla y tal vez hasta algo rústicas.
Sin embargo, avanzada la lectura, empezamos a tener algo así como un sentimiento de ahogo, de encierro. Comenzamos a sentir la lejanía del mundo (la historia transcurre en la posguerra, pero los personajes apenas perciben este contexto), la pequeñez de la isla en la cual nada puede suceder sin testigos, el agua que todo lo envuelve con su negrura (como dice Mishima sobre el final). Es una sensación que remite tal vez a los sentimientos de la adolescencia, que siente esta opresión sea donde sea que habite.
Es un libro muy recomendable, de lectura ligera, y la isla está tan bien descripta en todos sus detalles, que cuando se termina de leer, sentimos que hemos estado allí, y que queremos volver de visita a la casa del farero.
Ya me lo anoto, me encantala literatura japonesa. Enhorabuena por el nuevo sitio está fenomenal.
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